El horario de invierno vuelve con polémica. Este domingo, 30 de octubre, habrá que retrasar el reloj, de modo que a las 03.00 horas serán las 02.00 (hora peninsular), haciendo que ese día tenga 25 horas en vez de 24.

Este cambio se produce con la intención de ajustar la jornada laboral a las horas de luz diarias. No solo ocurre en nuestro país, sino también en toda la Unión Europea de forma coordinada. En Estados Unidos muy pronto dejarán de hacerlo, debido a una decisión reciente del Senado.

El cambio de hora se planteó como una manera de sacarle más partido a la luz solar durante primavera y verano. Los primeros que adoptaron esta medida fueron Canadá (1914) y Alemania (1916).  En España, el cambio de hora lo estableció el dictador Francisco Franco en 1940. Actualmente hay partidos, como Compromís que afirman que esta medida “afecta a la salud y la vida cotidiana de la gente” y piden “actualizar los estudios económicos en relación con el posible ahorro energético del cambio de hora, que se han quedado desfasados teniendo en cuenta la actual situación de crisis energética y las medidas de ahorro que se están aplicando”.

El cambio de hora provoca un ‘jet lag social’  

Entre los efectos negativos que le atribuyen al cambio de horario, figuran la privación de sueño en los días laborables, la costumbre española de cenar muy tarde y el efecto del ‘jet lag social’ típico para los fines de semana. Cabe recordar que dormir entre 7 y 8 horas por la noche reduce el riesgo de desarrollar Alzheimer y Parkinson, refuerza la salud mental y la capacidad cognitiva y nos hace más resistentes frente a la diabetes.

Pese la polémica, el cambio de horario en nuestro país permanecerá al menos hasta el año 2026, según se establece en el Boletín Oficial del Estado (BOE).

Hoy en día son 65 los países cuyo territorio realiza el cambio de hora en algún momento del año, mientras que 174 no lo realizan en absoluto. Según una encuesta de la Comisión Europea, el 84% de los ciudadanos europeos está a favor de terminar con el cambio horario. No obstante, la falta de consenso no ha permitido eliminar esta costumbre, a pesar de su cuestionada utilidad.