El ictus cerebral es la segunda causa de muerte en todo el mundo y una de las primeras en cuanto a discapacidad, deterioro cognitivo y demencia. Según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), cerca de 110.000 personas sufren un ictus cada año en nuestro país. De ellos, un 15 por ciento fallecen y en torno a un 30 por ciento se queda en situación de dependencia funcional.
Las personas que sobreviven un ictus suelen presentar algún grado de espasticidad. Tienen rígidos o tensos los músculos de manos o piernas, lo que les dificulta realizar actividades diarias como sentarse en una silla o coger objetos con la mano.
Entre los factores que contribuyen al desarrollo del infarto cerebral son la edad, el hábito de fumar, la diabetes, la hipertensión, el colesterol alto, la obesidad y el sedentarismo.
No obstante, las últimas investigaciones apuntan que las secuelas son más graves en las mujeres que en los hombres. Esto se debe a que las representantes del sexo femenino tienen otros factores de riesgo añadidos, como son el embarazo o el aborto espontáneo, la infertilidad, los cambios hormonales y la menopausia.
Dormir insuficiente y una dieta alta en azúcares y grasas saturadas aumentarían el riesgo, así como el abuso de la sal en personas hipertensas.
Síntomas y prevención
Existen causas no evitables que aumentan el riesgo de sufrir un accidente cardiovascular. Entre ellas están la predisposición genética de tensión alta o problemas de coagulación; la edad, ya que a partir de los 55 años el riesgo se eleva; y el sexo, debido que es más frecuente en mujeres.
Los síntomas de un ictus o infarto cerebral se expresan en la pérdida de fuerza repentina de la cara, brazo o pierna de un lado del cuerpo y podría estar acompañado de una sensación de acorchamiento u hormigueo en estas partes del cuerpo. Se puede producir pérdida de la sensibilidad o de la visión parcial o total en uno o ambos ojos.
Asimismo, se puede dar dificultad de hablar o para expresarse, dolor de cabeza sin causa aparente y sensación de vértigo y desequilibrio.
La mejor prevención son una dieta equilibrada con harinas integrales y evitando el azúcar, siete horas o más de sueño de calidad; ejercicio moderado a intenso regular; reducir el alcohol y dejar de fumar. Si se padece algún tipo de trastorno del sistema circulatorio, hay que consultar al cardiólogo y realizar controles periódicos.